Oriundo de los Andes peruanos, el
aguaymanto era considerado hasta hace unos años como mala hierba. Hoy, es un berry preciado cuya exportación ha crecido 161% en los últimos dos años. Domingo visitó Cochas, en Junín, donde pequeños productores apuestan, de a pocos, por este cultivo.
Elmer León (43) -delgado, polo camisero, jean gastado- tiene los ojos fijos en una diminuta esfera dorada. Sus dedos juegan con ella, aunque con sutileza, como si se tratara de un diamante. Un diamante que no es escaso por estos lares, y brota de arbustos que apenas alcanzan el metro de altura.
Hace cinco años, en esta parcela, ubicada en el distrito de Cochas, provincia de Concepción, Junín, a dos horas de Huancayo y a 130 kilómetros de Satipo, a 3200 m.s.n.m., donde los autos no caben y solo es posible llegar bordeando quebradas, con el caudaloso eco del río Tulumayo de fondo, Elmer lamentaba las pérdidas de sus dos hectáreas de papa peruanita. Debido a la baja demanda, y a las malditas plagas se marchó a la selva a cultivar café, pero también fracasó.
Año y medio atrás regresó a su terruño con su esposa y sus tres hijos. Se unió a una asociación de pequeños productores -ahora de 25 socios-, y desde entonces la suerte le ha mostrado su otra cara. Cada quince días cosecha 700 kilos, de esferas doradas que vende -a una empresa en su totalidad- a tres soles el kilo. O a veces más.
A su familia no le falta sustento, ni a él bienestar. “Estaba jodido de la gastritis, y la próstata. Ahorita estoy nuevecito, como un chibolito”, presume, enseñando los dientes. A menudo, Elmer hierve este fruto de cáscara rugosa, como un capullo, en abundante agua, para beberlo como refresco o comerlo como mermelada.
Mala hierba
El fruto salvador no es otro que el aguaymanto. Physalis peruviana, término acuñado por el botánico sueco Carlos Linneo en 1753, y que a la postre, a pesar de los avances de otros países y las decenas de nombres que en ellos ha recibido (uchuva en Colombia, uvilla en Ecuador, o motojobobo en Bolivia por citar algunos), legitima su procedencia.
Los bautizos no son gratuitos. Nacen del descuido. Que haya sido cultivado en el Valle Sagrado de los Incas es un dato honroso para los historiadores y apetitoso para los publicistas. Hace algún tiempo importaba poco. El aguaymanto o capulí era ignorado, como un fruto más de la flora silvestre. A lo mucho poseía un valor sentimental: la cereza agridulce que los niños de varias zonas de la sierra arrancaban en su camino al colegio. Usualmente -nostálgicos aparte- solo era mala hierba.
En esta semana, un estudio de Sierra Exportadora arrojó una cifra que nos hace ver al aguaymanto con otros ojos, los de Elmer León: la exportación creció 161% entre el 2013 y el 2015. El año pasado por su venta a 34 mercados se obtuvo US$ 1.8 millones, cifra inmensamente superior a los US$ 687 mil de 2013. El 73% de ese cargamento fue a parar a Holanda, Alemania, Estados Unidos y Canadá.
Los europeos y los ‘gringos’ no están locos. Simplemente confirman la tendencia mundial hacia los productos orgánicos. Grupo en el que el aguaymanto encaja perfectamente. Con una alta concentración de vitaminas A, C (ácido ascórbico), complejo B, hierro y fósforo, entre otras bondades, previene el envejecimiento celular, el cáncer de cólon y estómago y sí, alivia los males indignos de la próstata (por ser un diurético).
El espejo colombiano
Después del banano, la segunda fruta más exportada (alrededor de 15 mil toneladas) en Colombia es el aguaymanto o la uchuva, que crece en la Sabana de Bogotá, Cundinamarca y Boyacá. Un promedio de US$ 300 millones anuales lo sitúan como el principal productor del mundo. Como ocurrió con el Pisco, que dejó de ser un trago de cantina, cuando Chile lo puso en valor, Perú escuchó el disparo, con Colombia merodeando la meta.
“Nadie es profeta en su tierra. Colombia tuvo más visión, pero estamos remontando. La idea es que este 161% no sea una sorpresa sino un crecimiento permanente”, sostiene Alfonso Velásquez, presidente ejecutivo de Sierra Exportadora. La gran diferencia es que el grueso de la exportación nacional es aguaymanto deshidratado (es secado por horas hasta quedar como una pasa), mientras que la de los colombianos es en fruta fresca.
Para Diego Miranda, ingeniero agrónomo y docente de la Universidad Nacional de Colombia, quien por estos días dictó un Seminario de Berries en cuatro departamentos del Perú, el éxito reside en el trabajo tecnificado, desde hace 20 años, con un ecotipo en particular que ha dado lugar, por su coloración brillosa y perfecta, a llamarse Golden Berry. Aun así, rehúye al optimismo. “Nosotros tuvimos un desarrollo desorganizado que dependía del esfuerzo de los productores individuales, que usaban su tecnología con recelo. Perú tiene las condiciones, pero deben agremiarse y definir sus zonas”.
De acuerdo a William Daga, jefe del Programa Perú Berries, existen asociaciones de productores en Cajamarca, Huánuco, Callejón de Huaylas, Tarma, y el propio Junín (el caso de Cochas), sin embargo, aún no poseen la capacidad para promover su consumo. “Es una tarea pendiente”, dice. Alfonso Velásquez tiene otra que –asegura- coronaría su gestión iniciada en el 2011: “exportar en fresco. Hacia eso apuntamos”.
Para ello se requiere garantizar la cadena de frío desde el momento de la cosecha en adelante. La vida del aguaymanto sin el cáliz, su cubierta rugosa, es de cinco días como máximo.
Campos más grandes
En el 2015, Junín fue la sexta región exportadora de aguaymanto, por encima de Arequipa y Huánuco. En cifras, no obstante, aquel 3% resulta tímido frente al 72% de Lima.
El huancaíno Manuel Torres (48), gerente de G-Food Native, lleva un año y medio trabajando con aguaymanto deshidratado. “Le vi potencial desde hace mucho, pero me incliné por lo seguro, la maca. Ahora es momento de apostar”, dice. Esa apuesta incluye mermas. La única forma para transportar la cosecha desde las quebradas de Cochas es mediante acémilas.
Además, la Asociación de pequeños productores del distrito, con sus ocho hectáreas, no logran abastecerlo por lo que debe agenciarse algunas toneladas de Cajamarca, el mayor productor del país. De hecho, en todo el Perú tenemos tan solo mil 500 hectáreas sembradas. “Falta ampliar campos. Las tierras del Valle del Mantaro han sido contaminadas con pesticidas por los cultivos tradicionales (papa, maíz), y las zonas más limpias están en lugares accidentados”.
Torres, que empezará a cultivar aguaymanto en un terreno de 20 hectáreas en Huanta, Ayacucho, no pretende exportar deshidratado únicamente. “Imagínate en cereales o mezclado con maca y lúcuma en el desayuno. Todo puede hacerse, pero falta investigación, convenios con universidades”.
Oscar Schiappa, gerente de AgroAndino, en Cajamarca, analiza con entusiasmo y preocupación las cifras de crecimiento. “La única manera de hacerlo sostenible es mejorar sustancialmente la calidad de la producción. De otra manera, el Perú se desprestigiará como abastecedor”. En el país, existen cerca de 200 ecotipos. No alcanzar un estándar supone una traba.
“La producción se tiene que tecnificar -agrega Carlos Herrera (33), presidente de una red de jóvenes abocados a impulsar la agricultura- Debe implementarse un sistema de siembra con tutores y guías para que las plantas no se hongueen ni queden a merced de los roedores”.
En macerados, helados, yogurt, relleno de chocolates y hasta en pizzas vegetarianas, el aguaymanto se las rebusca para tener presencia en el mercado nacional, sobre todo en el limeño. El huancaíno Jesús Camarena (55), productor de néctar y mermelada con su marca ‘Delicias del Huerto’, se queja de la competencia desigual. “Falta más identidad de los consorcios comerciales grandes. Los provincianos queremos llegar a los supermercados de Lima también”.
A Lima y al mundo entero. El aguaymanto va a la conquista.